ASPECTOS PSICOLÓGICOS DEL DOLOR

Susana Zazo Díaz | Psicóloga General Sanitaria
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El concepto de dolor y su tratamiento ha evolucionado desde una visión lineal biomédica, donde se entendía el dolor como resultado de una afectación orgánica, a un modelo biopsicosocial, donde el dolor es considerado un fenómeno en el que los factores biológicos interaccionan con factores emocionales, psicológicos y sociales.

Por este motivo, cada vez se hace más evidente la necesidad de abordarlo desde diferentes disciplinas, entre ellas la Psicología.

Cada persona vive su dolor de una forma personal, es decir, personas con una misma dolencia física manifiestan distintos umbrales de dolor. Esto se debe a que la vivencia final que una persona tiene de su dolor depende de varios factores de índole personal, como la interpretación que hace del mismo, sus creencias y expectativas asociadas a éste o a su evolución, su capacidad de distracción, el impacto que tiene en sus actividades cotidianas o en su calidad calidad de vida, en general, o sus características biográficas.

Las variables psicológicas no sólo son importantes en la experiencia de dolor, sino q también influyen en la respuesta de un paciente al tratamiento y es ahí dónde podemos intervenir los psicólogos.

En todos los enfoques y aportes de la Psicología a la comprensión del dolor, se destaca el estudio del estrés y otras variables emocionales y psicológicas como factores fundamentales.  Estos factores influyen en la percepción, mantenimiento y exacerbación o atenuación de la experiencia del dolor, así como en la manera en la que el paciente responde al tratamiento

En la revisión bibliográfica realizada por Lumley y cols. (Lumley M.A. y cols, 2011), se constató la relación entre emoción y dolor. También se vio una relación entre la intensidad del dolor percibido, el estrés y la expresión emocional.

En otros estudios, se ha demostrado cómo algunos procesos cognitivos pueden modular la experiencia de dolor, como la atención, la concentración, la anticipación negativa y la memoria, entre otros.

Por eso no hay una relación constante entre dolor y daño: puede haber herida sin dolor, dolor sin herida o dolor desproporcionado a la herida. De ahí que existan distintas circunstancias difíciles de explicar: dolor del miembro fantasma, efectos placebo, efectos culturales, de la hipnosis y la meditación o insensibilidad congénita al dolor.

El dolor puede ser considerada una experiencia estresante. En este sentido, ante la percepción de dolor se activaría una valoración cognitiva del mismo y de los recursos disponibles para hacerle frente. El resultado de dichas valoraciones condicionaría la adaptación al dolor.

Es por esto que el tratamiento psicológico del dolor debe atender varios aspectos individuales: evaluar el impacto del dolor en la vida de la persona, su experiencia personal del dolor, su calidad de vida, las creencias, actitudes y expectativas asociadas a su dolor, las reacciones emocionales que puedan estar repercutiendo e incrementándolo y las estrategias de afrontamiento que está poniendo en marcha para manejarlo.

CONDICIONES QUE MODULAN LA EXPERIENCIA DE DOLOR

Algunas condiciones pueden favorecer que una persona sienta más dolor.

  • Nivel de activación inapropiado: hacer muchas cosas sin apenas descanso o más cosas de las que su organismo puede soportar.
  • Condiciones emocionales:

La ansiedad. La ansiedad está relacionada con la experiencia de dolor. Facilita el aumento de la tensión y, en consecuencia, de la intensidad del dolor.

La depresión. La presencia de la depresión puede interferir de manera significativa en el tratamiento del dolor y la forma en que se experimenta.

La ira. La ira genera tensión, lo que a su vez puede provocar más dolor en la zona dañada.

  • Condiciones mentales:

Focalizarse en el dolor. A algunas personas les cuesta más desviar la atención cuando aparece un dolor. Esta hipervigilancia hace que lo tenga más presente y, en consecuencia, que lo sienta más. A veces incluso el paciente puede llevar a cabo conductas de comprobación o chequeo para comprobar si ha variado el dolor, normalmente motivadas por anticipaciones catastróficas con respecto a las consecuencias de padecer ese dolor. Todo ello incrementa la experiencia subjetiva de dolor y genera reacciones emocionales negativas.

“El miedo del dolor puede ser más incapacitante que el propio dolor” (Gordon Waddell, 1993)

El aburrimiento. Se ha visto que la inactividad persistente favorece que la atención se focalice en el dolor. Tampoco la hiperactivación es una forma saludable de afrontar el dolor, pero sí nos da pistas sobre la importancia de tener actividades para implicarse.

  • Factores de personalidad:  tendencia a la ansiedad, a la obsesión, a la apatía o depresión pueden incrementar la sensación de dolor.

En cambio, otras condiciones pueden ayudar a disminuir la experiencia subjetiva del dolor:

  • Condiciones físicas: terapias médicas y medicaciones, descanso.
  • Condiciones emocionales: emociones “positivas”, ventilación emocional, prácticas de relajación.
  • Condiciones mentales: intensa concentración (meditación) o distracción, implicación e interés en actividades importantes para la persona.
  • Condiciones sociales: el apoyo social percibido y la calidad de las interacciones sociales mediatizan la experiencia de dolor.

Lo importante es identificar cuándo el dolor da lugar a problemas significativos en la vida diaria para buscar ayuda, no sólo médica, sino también psicológica.

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